Autor: Alexander Lavilla Ruiz
¿Cuáles son los factores que influyen en la decisión que el elector toma al momento de votar? ¿Cuánto peso tiene cada uno de estos factores?¿Y de qué manera pueden estar predeterminados por características institucionales del sistema democrático de cada país? Estas son algunas interrogantes que David Sulmont Haak, sociólogo y doctor en Ciencia Política y Gobierno, ha buscado responder en sus investigaciones sobre comportamiento electoral en Perú y Latinoamérica.
“La teoría dice que la gente tiende a votar por aquellas opciones electorales que están más cerca de sus preferencias políticas programáticas o ideológicas”, señala Sulmont. Y, precisamente, la dimensión Izquierda - Derecha es una manera útil para diferenciar al espectro de partidos políticos y para medir esta cercanía o lejanía con respecto al elector. No es el único “atajo cognitivo” o pista de información que facilita la elección entre un candidato u otro, pero sí tal vez uno de los más representativos.
En 2015, el también exdirector del Instituto de Opinión Pública (ahora Pulso PUCP) publicó el cuaderno de investigación titulado “Voto ideológico y sistema de partidos en América Latina: El peso de la dimensión Izquierda - Derecha en el comportamiento electoral en Brasil, Chile, México y Perú”. Posteriormente, en su tesis doctoral, analizó más elementos asociados al voto en estos países latinoamericanos. Y este año acaba de publicar un nuevo estudio sobre polarización política y voto ideológico en la revista Electoral Studies.
En esta entrevista nos habla de su investigación, de las características de la política peruana y de la relación futura entre los partidos y la ciudadanía.
¿Cuáles fueron los resultados que encontró en el cuaderno de investigación y también en la tesis doctoral?
Un primer resultado es que los modelos espaciales del voto funcionan. La gente sí evalúa programáticamente las opciones en campaña y esa evaluación influye en su decisión. Hay una dimensión de cálculo en función a las preferencias programáticas del elector y la percepción de las ofertas programáticas. Ahora, este tipo de racionalidad depende mucho de hasta qué punto los partidos, en una competencia electoral, se diferencian en esos términos. La capacidad de los partidos políticos de diferenciarse mejor y la capacidad del electorado de identificar con mayor claridad las posiciones políticas de los partidos está relacionado con el nivel de consolidación de las instituciones democráticas.
Otra conclusión es que la polarización política –que, a veces, es muy criticada, porque eso lleva al conflicto y puede generar problemas de gobernabilidad– tiene elementos positivos en la medida que clarifica las opciones políticas en juego. Es como cuando uno va a comprar un helado. Es diferente ir a una heladería donde tienes cinco sabores de vainilla que ir a una heladería donde tienes chocolate, fresa y vainilla. La idea es que la polarización política puede ayudar a representar mejor distintas posiciones programáticas o preferencias en el electorado. Un cierto grado de polarización política ayuda. Es como esta idea: “La vela tiene que estar lo suficientemente cerca del santo para alumbrarlo, pero no tan cerca como para que se queme”.
¿El uso de esta dimensión izquierda-derecha podría tener una consecuencia negativa al decir lo siguiente: “Yo estoy más ligado al sector de derecha; voy a buscar solamente opciones de derecha; y voy a descartar de plano las opciones de izquierda”?
Sí, pero justamente eso funciona si es que hay alguien que te dice: “Esto que tú piensas es mi programa político y es de derecha”. Empaquetar estas preferencias y convertirlas en un programa político de una ideología es un trabajo que hacen los partidos políticos. No lo hace el elector. Y eso ha sido, más o menos, parte del éxito del fujimorismo en este siglo. Logró empaquetar durante unos 15 años, en una marca política, ciertas ideas. El fujimorismo es una propuesta política que apunta a un Estado fuerte que promueve la libertad económica o la estabilidad económica, pero que es cercano a las preocupaciones populares de cierto nivel de redistribución. Además, es contrario a la equidad de género, de los gays y las lesbianas; es cercano a los valores religiosos de la Iglesia Católica. La imagen de marca del fujimorismo es este paquete de conservadurismo social, de neoliberalismo económico y de mano dura desde el Estado, sobre todo para combatir la delincuencia y el terrorismo. Es lo que uno podría definir como un partido de derecha en el Perú. Por oposición, lo no fujimorista puede estar más ubicado hacia la izquierda: estar a favor de la equidad de género, tener una posición más favorable a que el Estado regule la economía o tenga empresas estatales, etcétera.
La capacidad de los partidos políticos de diferenciarse mejor y la capacidad del electorado de identificar con mayor claridad las posiciones políticas de los partidos está relacionado con el nivel de consolidación de las instituciones democráticas.
Usted ha señalado muchas veces que el Perú tiene “un sistema de partidos bastante débil y poco institucionalizado”. Incluso habla de una democracia sin partidos. ¿Cuáles son las razones para sostener esto?
Yo creo que eso se debe a la crisis de los 80’s y a la década del fujimorismo. Justamente, en los 80’s, cuando retorna la democracia y la competencia electoral, tenemos una crisis económica terrible, el conflicto armado interno, y después el gobierno autoritario de [Alberto] Fujimori. Fue un momento en que se pudo haber construido un sistema de partidos, pero las condiciones no se dieron. Y, después, las reglas electorales favorecieron mucho a las estrategias más individualistas y centrífugas de los políticos. Eso hace que no se construyan marcas partidarias más allá de las que hizo efectivamente el fujimorismo. Lo de Fujimori sigue siendo la idea de que cualquiera –y, bueno, de Castillo también, ¿no?– se puede sacar la Tinka y puede ganar las elecciones como outsider o novato.
¿El fujimorismo, de alguna manera, escapa a esta sentencia?
El fujimorismo pudo haber sido el movimiento político con más chances de convertirse en un partido. Pero un partido no hace un sistema de partidos. Lo que podemos haber tenido en el 2011, 2016 y 2021 es un sistema de partidos fujimoristas-antifujimoristas. Pero eso no es un sistema de partidos, porque el antifujimorismo era muy volátil.
¿Esto es propio de la política peruana (o sea, este sistema de partidos débil)? ¿O es algo que se repite en el ámbito latinoamericano?
Hay varios países de América Latina que tienen estas debilidades. Por ejemplo, en América Central, Honduras; en el caso brasileño, Bolsonaro es un outsider total. Y en Brasil tienes un montón de partidos regionales. En el caso colombiano, también hay mucha dispersión ahora. En África, hay más problemas de consolidación partidaria. En Asia, en Indonesia, en Filipinas, los sistemas de partidos son también bastante desestructurados. No es exclusivo del caso peruano. Es más, es relativamente común en democracias poco consolidadas, en democracias de tercera ola. Está asociado a países que se democratizaron hacia la década de los 80´s en adelante.
Recuerdo que usted tuiteó que, en una edición de LASA (Latin American Studies Association), se dijo que el Perú era el futuro de la democracia de Latinoamérica.
Fue alguno de esos congresos académicos (no recuerdo exactamente cuál) en que se discutió sobre cómo sistemas de partidos que parecían más o menos consolidados comienzan a desestructurarse. Ahora, no solamente afecta a la región. Uno ve también cambios de ese tipo en países como Francia. El desencanto que tiene la población con los partidos políticos tradicionales en varios países permite que haya espacio para nuevos actores. En el caso de Francia, eso generó la aparición de actores de extrema derecha como el Frente Nacional en los 80’s; y, recientemente, este centro medio malaguoso que es [Emmanuel] Macron. En Alemania, se ha abierto un flanco hacia la extrema derecha, pero también un espacio para opciones que adquieren una nueva vigencia, como son los ecologistas, Los Verdes en Alemania. La diferencia es que, en Francia y en Alemania, hay una clase política un poco más experimentada. Eso también te da predictibilidad. Acá no existe eso.
En términos de presencia en el debate público, el discurso neoliberal está muy arraigado, sobre todo, en las élites económicas, en parte de las élites culturales, mediáticas y determinados sectores de la tecnocracia estatal.
En Perú, ¿cómo han construido los partidos políticos sus idearios y programas? ¿Podría decirse que han recurrido a atajos cognitivos también?
Es que hay muy pocos partidos que se definen en términos más programáticos e ideológicos. Uno es el fujimorismo; otro es López Aliaga, que está construyendo este discurso anticomunista, antiliberal; y partidos de izquierda. El problema es que los partidos de izquierda son varios, pero no han logrado unificarse en torno a un proyecto de mediano plazo. Pudieron haber tenido la oportunidad de construir un proyecto partidario si no se hubiesen dividido y disputado el liderazgo entre [Marco] Arana y [Verónika] Mendoza.
Hay dos sentencias que a veces también se repiten cuando se habla de política peruana: 1) hay una predominancia en los últimos años de la izquierda por sobre el centro y la derecha; 2) la política peruana es muy polarizada. ¿Qué tan ciertas son estas afirmaciones según las investigaciones que ha realizado?
No hay una preponderancia del centro, la izquierda sobre la derecha. Hay un discurso neoliberal que es muy fuerte en el caso peruano, sobre todo en determinados sectores con mucho poder. En términos de presencia en el debate público, el discurso neoliberal está muy arraigado, sobre todo, en las élites económicas, en parte de las élites culturales, mediáticas y determinados sectores de la tecnocracia estatal. Es un sentido común muy anti-Estado neoliberal, muy fuerte en los medios de comunicación. Cualquier cosa que aparezca como medio progre, ya empieza a terruquearse.
Pero sí existe una demanda social redistributiva en un país tan desigual como el nuestro. Le da importancia al Estado como agente de la redistribución. Sin embargo, no está acompañada de una demanda de construcción de instituciones fuertes, de accountability y de deberes ciudadanos (tributar, pagar impuestos o respetar las normas). Entonces, es una demanda redistributiva que puede fácilmente orientarse hacia discursos de izquierda, socialistas, socialdemócratas, pero también a discursos populistas, autoritarios, que dicen que desde arriba el Estado te va a dar estas y otras cosas.
Sobre la segunda sentencia, ¿qué tan polarizadas han sido las elecciones y el sistema de partidos en Perú?
La polarización política tiende a incrementarse en contextos electorales. Es lógico, porque la gente está compitiendo. Lo problemático es que esa polarización conlleve buscar resolver los problemas de la competencia política a través de mecanismos por fuera de la democracia. Uno lo vio, en el caso del fujimorismo, con su afán de llegar al poder: usando los mecanismos del Congreso, los llevaron a una ruptura que generó el cierre del Congreso. Y, después, el casi éxito de la vacancia de PPK le dio incentivos al Congreso para decir: “Desde el Congreso también nos podemos bajar al presidente”. Entonces, comienza un juego en el que usan estos elementos extremos del diseño institucional como parte de la política normal. Esa polarización para forzar al extremo tu estrategia de llegar al poder, sin importar la estabilidad del sistema en general, sí puede tener efectos muy perniciosos.
Pero esa es una polarización que se da entre los actores políticos. No es como en Estados Unidos, donde existe la “polarización afectiva”, por la cual los republicanos tienen otro esquema totalmente distinto de valores y visión del país que los demócratas, y no se pueden soportar entre sí. Ese grado de polarización no existe tanto en el caso peruano. Existen personas que son muy racistas, pero ese sector de la población peruana, que está concentrado en Lima, es muy chico. Es un extremo con poder mediático, pero, demográfica y electoralmente, son pocos. El resto de los peruanos no se va a pelear a muerte ni por Fujimori ni por PPK: no se identifica con esos partidos políticos.
La polarización consiste más en hasta qué punto los actores políticos del Ejecutivo y del Parlamento están dispuestos a llevar al extremo su estrategia de competencia por el poder. En el electorado puede haber más consensos sobre los cuales uno puede construir algunas cosas.
Mencionó el caso de los republicanos y demócratas en EE. UU. ¿Qué tanto han contribuido los partidos políticos en Perú a la generación de estas identidades políticas en los ciudadanos? ¿O han contribuido más bien a formar “antiidentidades políticas”?
En muy pocos países, hay un electorado altamente ideologizado. Yo creo que, en el caso peruano, no hay identidades políticas fuertes. El elector peruano no es un elector fiel a ninguna opción política. Es muy escéptico, muy desconfiado de los políticos. Castillo acaba de ganar las elecciones, pero ya tiene menos del 50% de aprobación. Eso no significa que Keiko va a tener 50% de aprobación. Si uno ve las encuestas, los peruanos desconfían de todos los políticos. Es un escepticismo que puede ser saludable, porque eso impide quizá la emergencia de un líder populista carismático (como Chávez o Fujimori de los 90’s) que pueda tratar de implementar un proyecto autoritario.
La polarización consiste más en hasta qué punto los actores políticos del Ejecutivo y del Parlamento están dispuestos a llevar al extremo su estrategia de competencia por el poder.
¿El antifujimorismo es la única antiidentidad política que existe en el Perú?
En el último proceso electoral, quizás hubo una especie de antiizquierdismo, anticomunismo. El problema es que es un anticomunismo enarbolado por un sector social muy minoritario y todavía asociado con clases medias limeñas. No es un anticomunismo popular.
¿Qué factores explican el surgimiento de candidaturas como la de López Aliaga o Pedro Castillo (de la mano de Vladimir Cerrón)?
Creo que son dos preguntas que no necesariamente están conectadas de manera causal: ¿por qué tenemos candidatos como los que tenemos?; y, segundo, ¿por qué la gente vota por esos candidatos? Yo creo que algo que explica el surgimiento de estas candidaturas es la fragmentación política y la volatilidad electoral. Estos candidatos aparecen, porque el sistema permite que sea muy fácil candidatear: no necesitas ser parte de un partido con trayectoria o historia; no hay partidos que te cierren el espacio electoral.
Ahora, ¿qué explica que alguien como Castillo pueda haber tenido ese caudal electoral? Yo creo que es la identificación de sectores importantes de la población con la figura que Castillo representaba. El discurso de Castillo reivindica el Perú olvidado, el Perú que viene de abajo: el maestro que no tiene nada que ver con las élites electorales. Entonces, Castillo, como candidato, como personaje, era una cuestión muy atractiva para una parte importante del electorado que ve que alguien como ellos, como uno, puede ganar frente a los poderosos. Todo eso es una historia extraordinaria. Me parece que Castillo pudo haber usado mejor eso en la campaña electoral. Lo hizo en los mítines, pero no tuvo una campaña electoral más clásica. No dio ninguna entrevista en medios de comunicación.
¿Qué explica que López Aliaga haya tenido los votos que tuvo? Bueno, el Perú es un país conservador. Tiene muchos sectores conservadores, racistas, homofóbicos, machistas, que se identifican con él. Hay sectores de la sociedad que se identifican con ese tipo de personajes; igual, con el fujimorismo.
En los próximos procesos electorales, ¿qué tipo de relación o identificación podemos esperar que haya entre los partidos políticos y los ciudadanos?
Yo creo que la misma que ha venido existiendo hasta ahora. No veo por qué tendría que cambiar la misma dinámica que hemos tenido en los últimos años: desconfianza frente a los partidos políticos, desafección. Hay dos formas por las cuáles podría cambiar un poco la relación entre los ciudadanos y los partidos políticos. Una es que el Gobierno haga un buen trabajo y decida construir un proyecto político partidario a partir de esa trayectoria. Eso tiene sus riesgos, porque los demás actores o la oposición estarían en desventaja, y pueden consolidar una hegemonía con alguna medida autoritaria. La otra posibilidad es que haya algún tipo de conflictividad social fuerte en el país y que sectores políticos politicen esa conflictividad. No veo que eso ocurra, a menos que sea una lucha contra un proyecto autoritario del Gobierno. Puede ser otro camino, pero, en el caso de Venezuela, no funcionó. En el caso de Chile, contra Pinochet, sí funcionó. Por ahora, no creo que haya muchos cambios en esta relación. Tal vez seguirá deteriorándose. Si el Gobierno lo hace mal, lo más probable es que esta desafección de los peruanos con la política y con los políticos continúe.
La entrevista ha sido editada por razones de claridad y concisión.